miércoles, 16 de febrero de 2011

Una fantasía que nos toca

En un lejano bosque, donde la fantasía supera la propia realidad, los animales eran dueños de la naturaleza que allí reinaba. Árboles frondosos; plantas de todos los tamaños, cada una dando hermosas y aromáticas flores; aguas claras y con distintas danzas para despertar el entusiasmo de los habitantes.

Como en cualquier comunidad, había un animal a quien respetar. Era la Reina “Hilvana”, una “Jirafa” que pretendía el bienestar de todos los animales del bosque “Amicus”.

Una vez al año, ellos se reunían para festejar la fundación de este hermoso y soñado lugar. Como la tradición lo indicaba, cada uno debía llevar, en nombre de la manada, un signo de su trabajo, para ser entregado a la Reina.

-¡Mis animales más preciados! -expresó la Reina. ¡Bienvenidos! Estamos todos juntos para compartir la alegría que nos une, la fundación de este lugar. No debemos olvidar nuestra historia, ella nos enseña y nos ayuda a construir el presente y vivir en paz y armonía, como nuestra Madre, la Naturaleza, nos enseña.

-¡Sí, claro! -le dijo al oído un elefante a una mona: ¿Por qué no pregunta si nosotras tenemos tranquilidad? Es la típica Reina que no sale a ver la vida cotidiana…

Al momento de presentar los signos, todos los animales se esmeraban en ofrecer a la Reina Hilvana el mejor discurso, de esa manera, ella quedaría sin palabras y tomaría como ejemplo al que la conmoviera.

Se acercó una lechuza, desfilando por el medio de todos, le obsequió un hermoso “ojo de oro”, acompañado de un largo y rebuscado discurso.

-¿Qué inteligente? -acotó un monito-. Esa lechuza debería ser consejera de la Reina.

Luego, llegó al escenario un tigre, quien le entregó, un tapado de animales capturados por ellos, leyéndole un poema y emocionando a todas las hembras del lugar.

-¡Es hermoso! -dijo un hipopótamo-. ¡Qué dichosa es la Reina!

Así fueron pasando distintos animales, elefantes; monos; leones; aves; etc. Cada uno concediéndole objetos con mucho valor y dando discursos preparados con anterioridad, para quedar uno mejor que el otro delante de ella.

Al final, le tocó el turno a la tortuga. Se arrimó al escenario con lentitud y avergonzada le comunicó a la Reina:

-¡Mi Señora Reina!, he visto que los demás animales han entregado a usted regalos muy caros y bonitos, en mi caso, le traigo algo de bajo costo, algo que sin ella no podemos subsistir…

El resto de los animales, riéndose y susurrando entre ellos comentaban: ¿Qué se puede esperar de una simple tortuga?, ¡nada!
-¿Qué me has traído? -le preguntó la Reina.

-Le entrego, en nombre de mis pares, una Estrella de Mar.

Esto desató la risa en el bosque, y la Reina, levantándose, gritó: ¡Silencio!
Sólo esto bastó para que nadie abriera su boca.

-Somos indefensas, incapaces de construir objetos de valor -continuó diciendo la tortuga, avergonzada ante todos-, lo único que poseemos y nos ayuda a vivir y protegernos es nuestro caparazón.
La estrella de mar es nuestra guía, ella nos indica el camino adonde el peligro no existe, es nuestra compañera en las profundidades del océano.

-¡Supongo que la Reina no aceptará eso! -dijo la lechuza que le había entregado el ojo de oro-. Es un horror para el bosque, además, ni hablar sabe.

La Reina tomó la estrella de mar y, en voz alta, les comunicó a todos:

-¡Queridos animales del bosque “Amicus”, no se confundan!, ¿creen que, al decir discursos rebuscados y entregar objetos de valor, la naturaleza los amará más?

¡Quien entrega algo, que lo dé con absoluta sinceridad!

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