lunes, 5 de diciembre de 2016

Para ellos...


Dedicado a aquellos que se han quedado fuera del tiempo, a los que han abandonado este trayecto, a los que han apagado su luz para iluminar ese gran firmamento.

No sé si has sido tú, tal vez no, a lo mejor sí, pero me produce enfado, angustia y hasta dolor saber que voy a buscarte y ya no estás. Se me marchita el alma, se me rompe el corazón, te proclamo, pienso y ni siquiera eres capaz de aparecerte en mis sueños.

Rompo el ritmo de la música, elevo suplicas con el afán de que regreses, camino perdido intentando que seas tú; quien me reconduzca por el lugar correcto…

Escribo desgastando mis dedos, lloro sabiendo que duele, miro al vacío jugando a diseñar tu figura. No me salen ni palabras, no tengo casi lágrimas y apenas sé dibujar…

Contemplo el universo, la inmensidad de la belleza, la individualidad del ser humano, el rencor de los hermanos sin darse cuenta que mañana, podrían experimentar la sensación de intranquilidad por no saber perdonar; tarde porque en vida el abrazo es real, intacto y hasta eterno…

Miro aquellos hijos que reniegan de sus padres condenados a que en un momento, sean ellos quienes acerquen la cara al mármol frio pidiendo perdón por no haber tenido la capacidad de entender que le debíamos la vida y somos lo que somos porque ellos nos han creado.  

Observo aquellos niños en el parque y, si un alma vuela de casa en casa, a lo mejor serás aquél, ese o tal vez, aquella… cómo reconocerte, cómo retenerte. Cómo explicarte que necesito un último consejo, una última palabra y un último beso.

Son palabras pensando en tus sueños, son lágrimas trayendo tu aliento, son miradas dirigidas al universo, esperando que te expulsen, que entiendan que te necesito. No brotan conectores que digan lo que siento, no puedo llorar porque la soledad se ha hecho dueña de mi alma y apenas puedo observar el infinito…

Busco explicaciones coherentes, recurro a libros y hasta la palabra espiritualidad, indago intentando traerte, regresarte, experimento cruzando el umbral, me uno a un sigilo, pero no soy capaz de percibirte.

Me arrodillo a ese crucificado, veo como su madre llora junto a la cruz, descubro su dolor, suplico que me entienda, que no repita la historia, que sea capaz de entenderme, pero no hay más que estatuas frías en absoluto silencio.

De repente, en la más absoluta conexión conmigo mismo te descubro. En lo más íntimo de mi capacidad de conocerme te encuentro. En la cotidianidad de mi experiencia nos vemos y reencontramos como antaño.

Impensadamente, sabes lo que siento porque jamás has dejado de estar. Sólo ha sido una mutación, un cambio de sentido, un tiempo humano para una etapa perdurable, una incapacidad humana para una eternidad perfecta.

No más lágrimas, sabiendo que puedo abrazarte con mi capacidad de existencia. No más silencios porque he aprendido a escucharte en el murmullo de la multitud. No más dolor ni angustias porque entiendo que sigues brillando y que allí, en la inmensidad del amor eres totalmente dueño de tus propios sentimientos.  

No más tormentos porque al cerrar los ojos regresas a darme las buenas noches. No más tristezas porque estás en el aura invisible pero energéticamente transmisible.

Ahora, mientras avanzo hacia lo nuevo, abriendo metas, cerrando heridas, apostando por proyectos, puedo mirarme, sonreírme y hasta contemplar el brillo de la esencia.


Salen palabras, brotan partituras…