Lo sé, romper aquél pacto ha sido y es, lo mejor para
los dos. Por más que prometas una y otra vez, aunque llores, sabiendo que mi
alma se retuerce de dolor, no puedo ni debo decirte: ¡está bien, comencemos de
cero!
He podido palpar la felicidad, amar y sentir que la
vida me regalaba, día a día, pétalos húmedos que se asentaban en mi alma, fui
capaz de respirar un oxigeno que sólo aquél que está enamorado puede entender,
cuando tus labios empapaban los míos no había tiempo, no existían las
preocupaciones, sólo tú y yo.
Aquella tarde, paseando cerca del río, me miraste; vislumbré
tu alma y me dijiste: “hagamos un pacto: tú y yo… siempre. La felicidad todos
los días se amaza y frota, ese es el secreto de nuestras vivencias, no habrá
fin para nuestros corazones…”
Dejé todo, estaba completamente segura que el amor
era eso… partir contigo. Estar junto a ti, compartir hasta el mismo aire. Dejar
atrás mis inquietudes para unirme a las tuyas. Sólo quedarme con aquellos
amigos que aceptan mi nueva “etapa” y los que no, esos… atrás quedarán.
Me sentí renovada, como una adolescente en cuerpo de
mujer… Nunca había experimentado el amor, mucho había leído y escuchado pero
jamás fui merecedora de él… hasta ese momento: inexplicable.
No dudé, ni tan solo vacilé, quise continuar con el
pacto… seguirte hasta el fin del mundo y si es necesario, hasta el fin de los
tiempos. Encontré la conexión justa entre el amor, la felicidad y mi propia
alma… al menos, así lo sentía.
Aquella noche, era la ideal para darte la mejor
sorpresa: ya ¡un año! donde juntos dijimos sí, continuemos con nuestras vivencias,
amasemos la felicidad. Era la noche perfecta. Iluminada por las velas que tanto
nos gustaban: velas rojas. No sabía cómo empezar. Si decirte: cuánto te amaba,
lo feliz que era o directamente: seremos padres…
Al final, me quedo con las palabras en aquél parque…
ese fue el único día que me mostraste realmente tu alma. Lo demás, creo que ha
sido parte de algo que no te culpo, que es ajeno a tu cuerpo… Porque sé y estoy
segura, que en tu corazón aún sientes algo por mí…
Esa noche, no sé que pasó… llegaste –aunque dices que
no lo recuerdas- con miles de preocupaciones… tiraste las velas dándoles
patadas y cuando te acercaste a mí, así sin más, sacaste de ti lo más miserable
que puede tener un hombre: ponerme la mano encima.
Por más que lo intente olvidar se me hace difícil, no
lloro por ti, lloro por mí… porque fui capaz de dejar todo, no me importó
romper lazos de amistad, olvidarme de mi familia, de renunciar a mí, por
aceptarte a ti… No lloro por ese hombre que me dijo que me cuidaría, amaría y
me mostraría la felicidad personificada sino por aquél niño que estaba conmigo
y que así, sin más, esa noche se apagó como las llamas de las velas que
destrozaste.
Lo sé, perdonar es difícil y olvidar es complicado…
Por eso decidí romper aquél pacto. Intento perdonarte, aunque me cueste pero lo
hago porque no puedo decir que no te amo.
Al final, el amor no es como yo creía. Tampoco como
lo había leído. De todas formas, por más que tuve que reconstruirme, aprendí
que la felicidad sí es con el otro pero nace en mí… tenías razón, hay que amasarla.
Años han pasado… aquél río, esas tardes… aún no te he
olvidado pero sí te he perdonado. Pero ya nada es como antes… porque el pacto
se ha roto.
Quizá, sólo quizás, algún día nos volvamos a
encontrar… no quiero tu perdón, tampoco tu abrazo, simplemente observar que en
tu mirada está proyectada tu alma.
Fin