viernes, 16 de mayo de 2014

Aquél pacto...

Lo sé, romper aquél pacto ha sido y es, lo mejor para los dos. Por más que prometas una y otra vez, aunque llores, sabiendo que mi alma se retuerce de dolor, no puedo ni debo decirte: ¡está bien, comencemos de cero!

He podido palpar la felicidad, amar y sentir que la vida me regalaba, día a día, pétalos húmedos que se asentaban en mi alma, fui capaz de respirar un oxigeno que sólo aquél que está enamorado puede entender, cuando tus labios empapaban los míos no había tiempo, no existían las preocupaciones, sólo tú y yo.

Aquella tarde, paseando cerca del río, me miraste; vislumbré tu alma y me dijiste: “hagamos un pacto: tú y yo… siempre. La felicidad todos los días se amaza y frota, ese es el secreto de nuestras vivencias, no habrá fin para nuestros corazones…”

Dejé todo, estaba completamente segura que el amor era eso… partir contigo. Estar junto a ti, compartir hasta el mismo aire. Dejar atrás mis inquietudes para unirme a las tuyas. Sólo quedarme con aquellos amigos que aceptan mi nueva “etapa” y los que no, esos… atrás quedarán.

Me sentí renovada, como una adolescente en cuerpo de mujer… Nunca había experimentado el amor, mucho había leído y escuchado pero jamás fui merecedora de él… hasta ese momento: inexplicable.

No dudé, ni tan solo vacilé, quise continuar con el pacto… seguirte hasta el fin del mundo y si es necesario, hasta el fin de los tiempos. Encontré la conexión justa entre el amor, la felicidad y mi propia alma… al menos, así lo sentía.

Aquella noche, era la ideal para darte la mejor sorpresa: ya ¡un año! donde juntos dijimos sí, continuemos con nuestras vivencias, amasemos la felicidad. Era la noche perfecta. Iluminada por las velas que tanto nos gustaban: velas rojas. No sabía cómo empezar. Si decirte: cuánto te amaba, lo feliz que era o directamente: seremos padres…

Al final, me quedo con las palabras en aquél parque… ese fue el único día que me mostraste realmente tu alma. Lo demás, creo que ha sido parte de algo que no te culpo, que es ajeno a tu cuerpo… Porque sé y estoy segura, que en tu corazón aún sientes algo por mí…

Esa noche, no sé que pasó… llegaste –aunque dices que no lo recuerdas- con miles de preocupaciones… tiraste las velas dándoles patadas y cuando te acercaste a mí, así sin más, sacaste de ti lo más miserable que puede tener un hombre: ponerme la mano encima.

Por más que lo intente olvidar se me hace difícil, no lloro por ti, lloro por mí… porque fui capaz de dejar todo, no me importó romper lazos de amistad, olvidarme de mi familia, de renunciar a mí, por aceptarte a ti… No lloro por ese hombre que me dijo que me cuidaría, amaría y me mostraría la felicidad personificada sino por aquél niño que estaba conmigo y que así, sin más, esa noche se apagó como las llamas de las velas que destrozaste.

Lo sé, perdonar es difícil y olvidar es complicado… Por eso decidí romper aquél pacto. Intento perdonarte, aunque me cueste pero lo hago porque no puedo decir que no te amo.

Al final, el amor no es como yo creía. Tampoco como lo había leído. De todas formas, por más que tuve que reconstruirme, aprendí que la felicidad sí es con el otro pero nace en mí… tenías razón, hay que amasarla.

Años han pasado… aquél río, esas tardes… aún no te he olvidado pero sí te he perdonado. Pero ya nada es como antes… porque el pacto se ha roto.

Quizá, sólo quizás, algún día nos volvamos a encontrar… no quiero tu perdón, tampoco tu abrazo, simplemente observar que en tu mirada está proyectada tu alma.


Fin