martes, 6 de junio de 2017

La aceptación, camino de construcción

Pues sí, así fue… no tenía nada que perder, nada que añorar, simplemente emprender futuro, aferrarme a un destino sin identidad y empezar a construir y fortalecer.

No sabía qué llevar, solo decidí cargar con una mochila, obligarme a desprenderme de lo innecesario y del “por si acaso” y alivianar peso. Me erguí, levanté la mirada, tomé conciencia que el presente en breve sería pasado y que mañana, cuando me pregunten o comente de dónde vine, esta imagen será, el resumen de mi vida.

Cerré la puerta, por más que quise evitarlas, llegaron y humedecieron mis ojos. Eran una especie de aire contenido con un llanto incontrolado, dolor en el pecho pero a la vez fuerzas para salir, avanzar y mirar atrás sólo para recordar, jamás para lamentar.

Así fue… aquella mañana me alejaba de la tierra que me vio nacer, de las calles en las que aprendí a andar en bicicleta, de la tienda de don Juan, quién allí seguía y a lo mejor, seguirá vendiendo las barras de pan recién “sacados del horno”; esos que nos encantaban con la mermelada y el tazón de chocolate que nos preparaba la “mama” mientras intentábamos centrarnos en que las matemáticas hay que entenderlas sino, la “seño” no nos dejará jugar en los recreos…

No quiero girar la cabeza, no pretendo detenerme, ahí te quedas, clavado en el centro de la tierra, no quiero permanecer allí, sabiendo que algún día seguiré por el mismo sendero que todos, del cajón a la iglesia y de la iglesia al cementerio que contempla la entrada al pueblo. Y que sea el anciano cura que diga: “que dios lo tenga en su gloria”.  ¡Ahí te dejo!, quédate con ellos, que sigan jugando en las calles y que sean otros los que entren a buscar la barra de pan.

El sol calienta, las piernas duelen, la mochila pesa, menos mal que he decidido traer sólo lo indispensable, me cuestioné.

El camino es cuesta arriba, me acerco y les digo adiós, desde la distancia porque no quiero entrar, sé que soy cobarde, pero no me resigno a despedirme así  en una fotografía y con ese “descansen en paz, queridos padres”, fue un epitafio políticamente correcto, porque saben que no es así, saben que no deseo que estén ahí y mucho menos, descansando. Los quería juntos, abrazándose, discutiendo, sonriendo a carcajadas y hasta reñirme desde la ventana diciendo: ¿Quieres entrar ya?, ¡es la última vez que te lo digo o será tu padre quién salga a buscarte! Pues sí, desearía que te levantes, que salgas a la puerta de ese repugnante cementerio y me digas: ¿quieres volver al pueblo ya? ¿Quieres dejar esa mochila? O será tu padre quién te vuelva a tu casa de una vez… ¡Sí, cierro los ojos y escucho tu voz…!

La gota de aire ayuda en este momento, más de una hora caminando y no he sido capaz de levantar la mano para que alguien detenga su coche y me lleve rumbo a un nuevo lugar.

A lo lejos veo… sí, ahí viene uno y decido levantar la mano… ¡nada! Oh sí, el coche se detiene.

¿Hacia dónde va?, me dice un señor elegante y con traje azul; un azul que transmite limpieza, profundidad y hasta ganas de decirle: ¿Caro su traje no?

Voy… (A donde voy me dije). Voy lejos, muy lejos. Lléveme hasta donde usted se detenga que yo luego continúo camino.

¡Al norte, voy al norte!, replicó.

Pues sí, así fue… Ese día decidí irme, huir, escapar o tal vez, recomenzar. A lo mejor, quise enterrar mis emociones, proteger mis sentimientos y hasta evadir mis pensamientos. Temía al silencio, es desbastador, manipulador y se adueña de la razón. Temblaba ante la soledad, daba respuestas sin preguntar, envolvía el aire y ahogaba el pecho una y otra vez… Puede ser, ellos dirán que abandoné y que el cobarde se esconde saliendo a la carretera y buscando nuevos horizontes.

Cuando me entra la nostalgia, inevitable en mí, ineludible en todos, me siento aquí, junto al mar, contemplando la inmensidad de lo divino, lo mágico y lo inexplicable, escribo, parafraseo y así, abrazo a mi alma, suspiro fuertemente, alimento mis sentimientos y siento que lo que hice tiene nombre: vivir.

Cuando necesito esos consejos, cuando escucho tu voz simulando aquellas tardes donde salías a la ventana, gritabas mi nombre y me obligabas a entrar; simplemente escribo, así se ahogan las penas y permaneces en mi vida, en mis recuerdos.

No sé si entendieron, ¡creo que no!, cuando permanecía allí, no tuve el alivio ni el abrazo, ni la palabra que me haga reflexionar, no fueron capaces de golpear a mi puerta, regañarme y obligarme a levantarme, a no hundirme en el desespero y esperar que el milagro llegue… Quizá, no supieron hacerlo, acostumbrados a salir sólo a buscar el pan, ir los domingos a la iglesia o acompañar al muerto al cementerio. En noches de verano celebrar la fiesta del pueblo y en noches de invierno sólo sentir el olor a leña hogareña, nadie sabe que hay detrás de cada puerta, nadie. Porque también muchos temen a la maldita soledad y al horrendo silencio.  

Así fue… llegó él, con su traje azul, me preguntó dónde iba, ¡si él supiese!, llevaba en su coche un alma sin rumbo, un cuerpo algo cansado por no saber qué hacer o cómo hacerlo. No sé de qué hablamos, creo que me evadía y centraba mis energías en el mañana. Pero sí sé, que la vida pone pruebas y obstáculos pero en cada segmento siempre alguien aparece.

A lo mejor, aquellos que me vieron nacer, los que me tocaban el pelo de pequeño, los que compartieron etapas, los que hicieron travesuras juntos, no son los que hoy extiendan la mano, sepan lo que necesite o simplemente, me pregunten “hacia dónde vas”… Tuvo que venir un desconocido, preguntarme y simplemente “llevarme”…

Los años pasan, la vida es la misma que ayer, modificando situaciones y circunstancias, el camino es exactamente similar, esta vez, decido si voy o vengo, el destino no existe porque es sólo creación y la felicidad es proyección, no hay una felicidad para siempre es solo un puñado, un instante y queda estampado en la profundidad de cada ser, el consuelo no es decir que ha partido hacia la eternidad, sino saber que el más allá se lo ha llevado robando una gran parte de tu existir ¿injusto no?

Y así fue… cómo decidí salir, investigar, llevarme sólo lo indispensable y empezar a cultivar… Aquellos que me conocían decidieron esfumarse en el recuerdo y estos que no me conocen, deciden aferrarme en sus proyectos; así es el circuito de la existencia humana.   

No hay fracasos ni decepciones, porque he decidido prosperar, superar y enfrentarme a los miedos y amar las incertidumbres.

No hay remordimientos, de nada sirve el enfado conmigo mismo, allí quedaron, durmiendo en la oscuridad y comprendí que en algún momento, os veré, llámese eterno, universo o simplemente consuelo.

No habrá mañana sin la construcción de hoy, pero aprendí que no hay existencia del presente si no soy capaz de entender, encariñarme y aceptar mi pasado.


Y así fue… como aquí estoy.