Sólo me queda la esperanza de encontrarte, he
buscado y perseguido cada pista, cada frase, cada álbum, idas y venidas, preguntas
que carecen de respuestas. Me queda saber de dónde vengo, mis raíces, verte,
admirarte, contemplarte, aprender a quererte y sobre todo, descubrir si mis
rasgos son iguales a los tuyos.
Este tren me lleva a tu encuentro. Fueron años de lágrimas
y malos entendidos, has sido el misterio de la vida y una mujer a la que hoy le
podré preguntar: ¿mamá?
Quiénes me criaron, quiénes estuvieron en aquellos
momentos importantes en mi historia no dejaron de hablarme de ti, en aquellas
frases: “te pareces a tu madre”, “eres terco como ella”, “tienes el carácter de
tu madre”… era ahí dónde aquél niño inocente, lleno de seres queridos pero sin
tu presencia comenzaba a cuestionarse e indagar sobre ti.
Siempre me dije que viajaría hasta el último pueblo
del mundo para encontrarte y ese sueño comienza a manifestarse. En el tercer
vagón de este tren tu hijo tiene la ilusión de recibir tu abrazo, de poder decir,
por primera vez, después de 38 años, ¡mamá!
No interesa lo que haya pasado… Sé que la vida no
es fácil para nadie. Algunos dijeron que me dejaste con amigos porque necesitabas
irte a trabajar pero que tan pronto como pudieses volverías… Otros, que el
miedo a aprender a ser madre invadió tu espíritu y decidiste marcharte; también
se dijo que fue por él, por aquél señor que te aceptó como mujer con la condición
de no tenerme… Sea cual sea la verdad, sólo voy en en tu búsqueda, tenerte frente a frente, ver si esta foto es la viva imagen pero con las marcas del tiempo,
de consumirme en tu abrazo y detener el tiempo…
El anuncio de llegar a destino lo marca el pitido
del tren. Estamos muy cerca de este esperado reencuentro. Sé que no verás a aquél
niño de 2 años sino a un adulto, algo calvo, con mirada de cielo y con azotes ya
que la vida me ha pasado factura… y también entiendo aquella pregunta
tan formal que seguro surgirá: ¿usted quién es?
Los tres golpes han sido eternos. La espera de
aquella persona que se levanta para abrir la puerta es el tiempo más largo de
la historia. No me salen palabras…. No reconozco a esta joven guapa y con
impresionante sonrisa. ¿Usted quién es?
Cómo le explicas a alguien que conoces por primera
vez que vienes de tan lejos para reunirte con tu madre. Cómo le dices vengo en
búsqueda de quien me trajo a este mundo. Cómo lo haces para no pedirle por
favor que no te cierre la puerta y que no te crea algo loco. Cómo evitar
detener la mente de tantos pensamientos y que las lágrimas no comiencen a
jugarte una mala pasada. Cómo haces para decirle, ayúdeme, por favor…
La belleza de este pueblo, el aire puro y cálido,
niños jugando en las puertas de sus casas, jóvenes sentados leyendo con la
calidez del sol, ancianos que detienen su andar para observarte, levantar la
mano y brindarte un “hasta luego señor”…
Aquí fue dónde pasaste la mayor parte de tu vida…
por estas calles caminaste, compraste el pan tal vez, en esta panadería, habrás,
alguna vez, mantenido una conversación con estos abuelos… quizás!
Aquella joven con sus dos niños me dijo que por aquí
viviste, que un día esa casa estaba en venta y un señor, el esposo de una
señora mayor le entregó las llaves y ayudó a esta encorvada mujer con ojos
grandes y de color azul a subir a un coche. Y que nada más se supo de ti.
Querida madre, lo he intentado. No me voy con las
manos vacías. Al menos sé que por aquí, a alguien del pueblo le has dicho que
tenías un hijo, que la vida, la miseria, el miedo y la falta de fuerzas no te
ayudaron a tenerme contigo. Que cuando me dejaste con tus amigos, desde ese día,
no tenías vida, eras sólo una mujer apagada, sin felicidad, dolorida, culpable…
No te juzgo querida madre. No vine para eso. Sólo
para que sientas mi piel en un abrazo y recuerdes a aquél niño y todo vuelva a
comenzar… Vine para contarte cómo me ha ido en estos años, decirte que tenías
nietos y si te hacía ilusión además de llamarte madre que te dijeran abuela.
El tren parte al mismo sitio donde la esperanza comenzó a tener respiración.
Que sepas que estés donde estés, la energía cósmica
puede conectarnos porque no hay mayor amor que el de una madre a su hijo y la recepción
de su hijo a su querida madre.
Le he dejado dicho a aquella joven niña que si
apareces, si aquél señor te trae nuevamente por estos sitios, te diga que yo,
tu hijo, te está buscando.
Lo único que le pido al universo es poder verte y
decirte lo mucho que te extraño.
Hundirme en tus brazos y llorar como un niño cuando
le quitan su dulce.
Reírnos de las andanzas que cada uno hemos tenido.
Ayudarte a levantarte si es necesario y acostarte
con el beso de las buenas noches.
Pido a Dios, al mundo, al sol y a la luna, que no
me quiten la esperanza, que la ilusión este perenne y este sueño, que llevo en
este tren se haga realidad.
Hasta siempre querida Madre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario