Que entretejidas, enmarañadas y algo complicadas son
las relaciones humanas.
Quiénes deberían escucharnos, aconsejarnos e
inspirarnos, sólo nos oyen.
Quiénes deberían mirarnos, percibirnos y comprendernos
sólo nos ven y consienten.
A quiénes deberíamos proteger, preservar y cuidar sólo saludamos, a veces llamamos y otras, por inercia brindamos un beso en la mejilla.
Los conocidos se hacen amigos y los amigos comienzan a
ser (des) conocidos: las incongruencias del ser humano.
Puede más un enojo casual, un aspecto negativo que aquellos momentos donde las risas dejaban transparentar el alma que, pocas veces, se revela y deja ver… Puede más el rencor y el resentimiento que un gesto humano y lleno de valor.
Son tan paradójicas y “raras” las interacciones humanas que un resquemor, aversión o perturbación se hace más fácil contárselas a un cura que a tu propio amigo de toda la vida… Con la incapacidad de pedir perdón por una falta cometida a aquél, que desde niño o desde hace tiempo te conoce y sabe cómo eres
Tan “extraños” que (algunos) prefieren arrodillarse
ante una pequeña verja sintiendo cómo el corazón se arrepiente y necesitas el
perdón de aquél, que en nombre del “más allá” será el “autorizado” para devolver
la paz que tanto se añora… Sabiendo que aquella hostilidad quedará grabada en
la mente pero ya no en el corazón, porque el cielo me ha otorgado la paz
espiritual.
Somos tan frágiles que nuestros sentimientos terminan adornados y exhibidos en actos materiales....
Somos tan egoístas que vale más contar aquello que
tenemos y obtenemos que preguntar cómo te sientes, te ayudo, me ayudas,
caminamos...
Somos tan rebuscados que preferimos y optamos por un silencio, un comentario con sales ácidas -de esos que alivian el espíritu asqueroso de todo salvaje-, nos creemos idóneos para señalar, apuntar y juzgar. Somos incapaces de aceptar la respuesta como opinión porque directamente la recibimos como símbolo de “crítica hacia nuestra persona”.
A lo mejor, existimos simplemente para
"interpretar" un papel que no se asemeja a lo que verdaderamente
somos o queremos ser...
Somos tan imbéciles que perdemos el tiempo en ganar
distancia de aquellos, que alguna vez estaban junto a mí, tan sólo porque
nuestra manera “obsoleta” de ver la vida se queda en ello: lo pretérito.
En el entretejido de las relaciones humanas, lo más
interesante es que cada uno diseña y tiene su estilo. Algunos dan color, otros
aportan la forma, el grosor y hasta los vericuetos que ni a ti ni a mí, se nos
han ocurrido.
Tal vez, si cada uno aprendiésemos lo mejor que tiene
el otro para construir, seriamos eficientes y homologados para enseñar.
Quizás, si nos diéramos cuenta que las relaciones
humanas son para cultivarlas y experimentarlas, tendríamos más capacidad de
apertura y menos tiempo para permitirle a la soledad que estanque nuestra alma.
Probablemente, si estuviésemos aptos y con las
habilidades desarrolladas para un espíritu de aceptación, apertura a lo nuevo,
evaluación y análisis, más escucha y sobre todo, dispuestos a tolerar… qué
diferentes serían las relaciones humanas.